lunes, 31 de octubre de 2016

ESPECIAL HALLOWEN: 4 LEYENDAS DE TERROR Y MISTERIO

Cada ciudad tiene sus leyendas, sus historias raras, sus lugares malditos, sus relatos de misterio asociados a edificios, plazas, calles, monumentos y ya que hoy es Halloween os quiero traer algunas espeluznantes leyendas de mi ciudad, Córdoba. Espero que disfrutéis con su lectura.


En las inmediaciones de La Coronada existe un cerro al que llama la tradición de "la Encantada” y que no es otro que el cerro de la Calaveruela, cuyo nombre legendario se atribuye al suceso que aconteció en el citado lugar donde cuenta la tradición oral que se le apareció una extraña mujer a un natural de la aldea, en fechas posteriores a la Reconquista. Parece ser que el tal vecino de la aldea llamado José Ramos y apodado "Santillo" pasó caminando por las cercanías del citado cerro y vio una mujer que se encontraba sentada sobre una piedra cosiendo. José se acercó a ella y le arrebató las tijeras, creyéndola una aparición mágica, pues nadie habitaba en aquel lugar tan solitario.


La supuesta encantada comenzó a correr detrás de él y, viéndose alcanzado, se dirigió hacia la iglesia que estaba en el sitio denominado Huertas del Prado, agarrándose a los clavos y aldabas de la puerta para intentar abrirla. En ese mismo instante la encantada se detuvo y mirando a José a los ojos le dijo: “Da gracias a que te has agarrado a lugar sagrado; porque si no serías tú el que hubieras ocupado mi lugar como encantado, José Ramos".

Esta leyenda es del pueblo donde nació mi madre y fue ella quien me la contó. También me decía que La Encantada podía tomar la forma de unas tijeras.



Cualquiera que haya paseado por Capuchinos en una noche cerrada habrá sentido un escalofrío ante la bella y, a la vez, turbadora postal que se dibuja en esta plaza. La silueta del solemne Cristo de los Faroles se intuye gracias a las luminarias que lo circundan en medio de un silencio estremecedor.

Al poco tiempo de colocar aquí la talla del Señor empezó a correr el rumor de que, cada vez que caía el sol, a las doce en punto, unos pasos firmes y decididos se escuchaban subir por la Cuesta del Bailío. Un hombre, esbozado en su capa negra, ascendía por los escalones, entraba en la plaza y, prácticamente sin tocar el suelo, se colocaba frente a la imagen. Después, tras permanecer unos instantes de pie, desaparecía. Nadie ha podido ver nunca su rostro ni seguir sus pasos.
Hoy en día, más de dos siglos después, todavía algunos dicen haberse encontrado a la hora bruja cuando había pocas personas en la plaza, con dicha figura fantasmal que no parece querer asustar a nadie, sino más bien terminar algún asunto pendiente con el Cristo.



La vivienda solariega que preside la plaza de San Andrés esconde tras sus portones una historia que se ha transmitido boca a boca, y que hoy en día hace poner los vellos de punta. Tal y como relata la «Guía secreta de casas encantadas de Córdoba», en este palacio vivía hace unos siglos un judío muy rico que se dedicaba a prestar dinero a sus vecinos. Era un ser mezquino, que, por su codicia, se había ganado la animadversión de todos. Guardaba su dinero en el sótano de la casa, donde había construido una extensa red de pasadizos que sólo él conocía. En una ocasión, cuando se disponía a guardar un saco de monedas, sintió como su espalda se resentía y avisó a su hija de 10 años para que se encargara de bajar la bolsa al sótano.

Después de hacerle las preceptivas indicaciones, la pequeña comenzó a recorrer los enrevesados pasillos hasta llegar a la sala donde tenía que depositar las monedas. La mala suerte quiso que un ratón la asustara y le tirase la vela que llevaba. A tientas, trató de desandar el camino recorrido, pero se perdió. Asustada, comenzó a llamar a su padre, que bajó a buscarla, pero tampoco logró encontrar a la pequeña. El avaro intentó pedir ayuda a sus vecinos, que se la negaron. Era el precio que tenía que pagar por años de maldad y codicia.
Derrotado, el viejo entró en su casa, y como cada noche, se sentó en su silla. Esta vez, no para contar dinero. Sólo se quedó quieto en la oscuridad, escuchando los gritos que provenían de la entrada del sótano, y que le atormentarían el resto de su vida. Los más viejos del lugar cuentan que esos lamentos no han dejado nunca de oírse y comienzan cada noche, justo cuando se pone el sol.


Historia de la “Casa de los Villalones”, también conocida como “Palacio de Orive (hoy sede de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba). Es una historia muy bonita que os trascribo a continuación, tal cual la escribió Ramírez de Arellano en 1873:

Don Carlos Ucel y Guimbarda había perdido a su bella y adorada esposa cuando más feliz se juzgaba con tan buena compañera. El cielo quiso, para consolar la amargura que aquella pérdida le causara, dejarle una hija, blanca y hermosa como su nombre, y tímida y sencilla como el espíritu de un ángel. Jamás salía de casa, sino acompañada de una dueña, en sus primeros años, y después de su padre, que en ella cifraba toda su ventura y sus esperanzas. Contaba unos 17 años cuando en uno, al llegar la velada entonces, hoy feria de la Fuensanta, la llevó a beber aquellas puras y apetecidas aguas y orar por su madre ante la venerada imagen, amor de todos los cordobeses.
                                                             
En la esquina del convento de San Rafael, conocido generalmente por Madre de Dios, se les interpuso una harapienta gitana de horrible aspecto y penetrante mirada, pretendiendo decir a Blanca la ventura que le esperaba. La tímida joven demostró al punto su repugnancia, y don Carlos, que temió un ligero disgusto en su hija, ordenó a la gitana se apartase, dejando de incomodarla por más tiempo. Ella insistió, y al fin fue preciso, mal su grado, retirarla, dejándola a un lado del camino, profiriendo mil palabras, entre las que se percibieron claramente: "Ellos pagarán su orgullo con raudales de llanto, que la desgracia les hará verter". Nadie hizo caso de sus palabras, que consideraron desahogo de su mala educación, volviéndose tranquilos a su casa, como si nada hubiesen oído.

Dos o tres años habrían transcurrido cuando, a la altas horas de la noche, oyeron llamar a la puerta; asomáronse y eran unos hebreos que iban a quejarse al corregidor de que no les querían dar posada en ninguna de las de Córdoba, y pedían o una orden para ello o que se les dejase pasar hasta el día, aun cuando fuera en el portal de su casa. Consintió Guimbarda en esto último, y la dueña que había recibido el recado ponderó a doña Blanca lo extraño de las figuras de los nuevos huéspedes, hasta el punto que la curiosidad les hizo ir a examinarlos por el agujero de la llave del portón. Mas cuál sería su sorpresa al ver que leían en un libro a la luz de una vela amarilla, y que pasaban muy deprisa las cuentas de una especie de rosario que uno de ellos llevaba pendiente de la cintura.
           
A poco sonó un ruido extraño y la tierra se separó dejando una abertura que daba paso a una hermosa escalera de mármol. Por ella bajó uno, volviendo a poco acompañado de un joven que apenas frisaba en los tres lustros, de hermoso y gallardo aspecto, y un cofre, al parecer lleno de alhajas de gran valor. Aquel desgraciado, enterrado en vida, les rogó repetidas veces para que lo llevasen consigo, siendo inútiles sus quejas y súplicas, pues después de algunas prevenciones que le hicieron lo obligaron a bajar por la ancha escalera. Apagaron la vela, y con la luz desapareció también el hoyo formado en el portal, como si nada hubiese sucedido.
           
Llegó la mañana siguiente y los hebreos se despidieron del corregidor, dándole muchas gracias por la generosidad con que los había hospedado; mas ¡cuánta desgracia se atrajo con ella! Tanto la dueña como la hermosa Blanca ardían en viva curiosidad por saber el misterioso arcano del joven prisionero con tantas y codiciadas riquezas. Examinaron el portal y nada advertían en su pavimento, hasta que la dueña vio esparcidas por él muchas gotas de cera desprendidas de la vela encendida por los hebreos. Juntolas cuidadosamente e hizo un cerillo, con el que creían que se abriría la tierra.

Esperaron la noche, y cuando todos estaban recogidos, bajaron al portal y encendieron la luz, logrando por este medio que apareciese de nuevo la escalera, por la cual bajó Blanca, recorriendo algunas galerías sin hallar el menor rastro. Cuando vio la dueña que el pabilo se acababa, echaron a correr; pero al salir se le concluyó, quedando dentro la desgraciada joven que venía tras ella. La pobre vieja empezó a gritar; a sus voces acudió el corregidor y todos los criados, quienes se confundían más con sus revelaciones. Luego llamaron a Blanca, que respondía con acento de dolor desde el centro de la tierra. El corregidor hizo mil excavaciones, todas inútiles, llorando en su desesperación la pérdida de tan querida hija.
           
Varios años pasaron. Don Carlos Ucel y Guimbarda murió solo y desesperado. Desde entonces se dice que una sombra misteriosa recorre de noche toda esta casa, atribuyéndolo al alma de doña Blanca, que aún vaga por aquellos contornos.




HASTA AQUÍ LA ENTRADA. ¡ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO Y QUE PASÉIS UNA NOCHE TERRORÍFICAMENTE DIVERTIDA!


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4 comentarios:

  1. hola,
    creo que no quereis que duerma esta noche, que miedito me da todo jooooooo jajajaja no he leido las leyendas porque no duermo pero me parece una iniciativa estupenda la que has puesto

    besos

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  2. Hola! Me encantan estas historias y todo lo que tiene que ver con leyendas y paranormal, simplemente me fascina.

    Saludos!

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  3. ¡Hola!
    Me encantó la entrada, me gustó mucho conocer estas leyendas, la que más miedo me dio fue la primera. Gracias por compartirlas ^^
    Un abrazo.

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  4. Me encantan las leyendas (algunas las conocía pero ya no las recordaba bien) y la forma en la que escribes.
    Gran iniciativa, de hecho me gustaría, si tienes la oportunidad, que colgarás algunas más.
    Un besito preciosa ��

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